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Lorenza Machín, un ejemplo de vida

Lorenza Machín, un ejemplo de vida
Lorenza Machín, un ejemplo de vida

Sodepal contó en la V Convención Política y Social del Love Festival con un relato valiente, enriquecedor y, sobre todo, existencial

Lorenza Machín es un ejemplo de vida. Un ejemplo de valentía. Sí, eso es, de valentía. A los 60 años se descubrió como lesbiana. En realidad, lo supo desde siempre o, al menos, desde que una voz de niña se lo gritó desde el alma. Desde su interior. Estuvo 38 años casada con un hombre, tuvo hijos, hasta que un día la voz de una mujer abrió su cuerpo. Y, de camino, alteró su existencia.


Machín fue una de las protagonistas de la primera jornada de la V Convención Política y Social del Isla Bonita Love Festival, que organiza la empresa pública Sodepal. Se subió despacio, con sus 74 años en el DNI y apenas 20 de espíritu, y sacó una mochila de experiencia para agarrar al público a la silla. Arrancó su intervención rebuscando en el pasado. En el suyo. En sus sentimientos. En el amor. “Desde que nací y hasta los 58 años estaba viva, pero estaba viva porque respiraba. Tenía aire, oxígeno, comía, pero nada más. A los 58 años me divorcié después de haber estado 6 años de novia con una persona y 38 años casada con él. ¡44 años de mi vida!”, subrayó. Habló sin rencor. Quizás incluso, agradecida.

Lorenzo reconoció que cuando se divorció “pensé que me quedaba mutilada, sin un bastón y eso me hizo llegar al duelo, tirándome en piscinas vacías buscando que alguien rellenara ese hueco que la cabeza decía que existía”. Fue incluso más lejos y un día cualquiera “me desnudé delante de un espejo y me pregunté quién ahora se iba a fijar en mí con un cuerpo arrugado”. Pero el tiempo pasa. Vuela. Y en la mitad de las idas y venidas, ella cambió su visión de la realidad para entender que “no necesitaba buscar a nadie que me quisiera” y que aquella persona que deseara conquistarla “tendría que sudar mucho la camisa”.

A los 60 todo le cambia. Se altera. Las sensaciones se multiplican y la vida toma otro rumbo. El rumbo que quiso. Que quería desde hacía ya tiempo. “Estaba viviendo, pero no enamorada. Un vivir para criar a mis hijos (…). Tenía una niña gritando, llorando, y la escuché a los 60 años. La escuché cuando se me cruzó una mujer por delante y me dijo unas palabras bonitas, sencillas, lindas, que nunca había escuchado. Sentí por primera vez que alguien estaba mirando y que estaba viendo a una mujer valiosa. Lo sentí y ahí se me quitó el velo de la cara. Comprendí muchos momentos en los que lloraba a escondidas para que mis hijos no me vieran. ¡Cuántas veces planteé el divorciarme y las lágrimas y los ruegos lo impidieron!”.

Lorenza lleva ya tiempo con el paso al frente. No tiene nada por lo que agachar la cabeza. Y vive en libertad. Lo hace con Carmen a su lado. Sin disimulos. A corazón abierto. Su reflexión final deja al descubierto el poder del amor: “Vivir es coger a mi mujer de la mano y lo que me quede de vida andarlo con ella. Con ella hasta que la naturaleza quiera. Eso es vivir con mayúsculas”. Y sí, no le falta razón.

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