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El Volcán, no es sólo miedo

El Volcán, no es sólo miedo. Imagen de archivo de la erupcción del volcán Teneguía en 1971.


Los mapas de hoy sitúan los círculos amarillos y rojos y la estrella azul, todos en Las Manchas y la costa de Puerto Naos y El Remo.


Hay miedo y mucho. Yo tengo miedo porque en Las Manchas hablar de volcanes es hablar de infamias.


Y es que el Volcán de San Juan de 1949, que nació en el Llano del Banco, descendió de inmediato por el Salto de la Aguililla, en un día nublado,  comenzó a sepultar bodegas por  Culantrillo y Bernal.


Nadie sabía de volcanes porque el anterior, el de El Charco, había pasado hacía ya  147 años.


Cuando llegó a El Cantillo, el lugar más poblado, con la Venta de Zoila y un lugar de esparcimiento llamado "Higueras del Grajo", la lava se metía en las casas, en los aljibes y en los corrales, despacio, dando tiempo a sus pobres propietarios a ver desaparecer todo lo que tenían. Muchas personas fueron alojadas en  diferentes lugares, un cierto tiempo. Una familia que había perdido su casa y residenciada durante el verano en las Escuelas de El Retamar, cuando comenzaron las clases tuvo que abandonar aquel espacio y dormir en las cunetas de la carretera hasta que un bienhechor de Tajuya les prestó un pajero para guarecerse.


Desde El Cantillo pasó a el Cercado y Las Lajas,  fincas de secano, vitales para la subsistencia. En todo este diabólico recorrido sepultó 33 viviendas.


Cuando se habla del Volcán de San Juan que, inicialmente fue llamado Volcán de Las Manchas, Nambroque o Duraznero, según el libro del geólogo Martell Sangil, se suele hacer con cierta frivolidad porque, dicen,  llenó de riquezas a La Palma por el aprovechamiento del saliente de Las Hoyas, terrenos ganados al mar, para la siembra de plataneras. Es una paradoja cruel.


En una entrevista que hicimos en la radio, con motivo del recuerdo de los hechos ocurridos en  La Breña el 16 de enero de 1957 en los que una  abundancia de lluvias sepultó viviendas y la muerte de 26 personas, D. Manuel González Álvarez, Nelo, que vivió los hechos en El Llanito apuntó que, en gran parte,  la tragedia vivida fue como consecuencia de  la enorme cantidad de cenizas volcánicas de 1949 que permanecían en las cuencas de Aduares, Melchora y Aguacencio y que propiciaron la escasez de porosidad y ayudaron a las escorrentías. No, el Volcán de San Juan no fue camino de rosas, no merece ser recordado con afecto.


Cuando la erupción de 1971 yo, con 13 años, no tuve interés de ir a verlo. Lo que sabía de los volcanes, lo que me decían del San Juan, no invitaba a ver uno. Pero sí fui. Y no me gustó: ruido subterráneo, fuego, explosiones y lava.


Tampoco se puede decir que el Teneguía fue un volcán de fuegos artificiales, como comenta un responsable público estos días. Aunque no sepultó casas ni muchas fincas de valor, el solo hecho del fallecimiento de una persona, el Sr. Martel de Santa Cruz de La Palma, por inhalación de gases, invalida toda referencia jocosa del volcán. Tampoco lo merece.


No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo. Me gusta citar esta sentencia del pensador estoico más resiliente de los clásicos, Epicteto de Frigia. Pero ahora mismo, en Las Manchas, en todos sus asentamientos hay miedo. Y no es al propio miedo. Alarman las notas de prensa, los mapas y los comunicados del Sr. Nemesio.


Yo sí tengo miedo. En estos momentos ya están pasando autoridades por los domicilios para que nos preparemos con enseres, ropa y documentos.


Primitivo Jerónimo Pérez

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