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Arrancan las fiestas Fiestas de la Bajada de la Virgen del Pino 2018 con el pregón

Fiestas de la Bajada de la Virgen del Pino 2018


El Paso: tierra de cultura, leyendas, tradiciones y patrimonio
Pregón de las Fiestas de la Bajada de la Virgen del Pino 2018


Queridos convecinos, familiares y amigos:

Antes de comenzar me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento a la Corporación Municipal por haberme escogido para preparar este pregón de las Fiestas Trienales de la Bajada de Nuestra Señora la Virgen del Pino. Es un honor que, no lo vamos a negar, nos ha producido una gran satisfacción aunque, al mismo tiempo, una gran responsabilidad, a cuya altura confiamos estar. Al mismo tiempo, darles las gracias a todos los que se han acercado a este precioso lugar en este día tan señalado para todos los pasenses.

Nacimos en El Paso, nos criamos en El Paso y vivimos en El Paso. Desde chiquititos nos ensañaron a sentirnos orgullosos de ser pasenses. Desde el mismo momento en que el Sr alcalde nos comunicó la noticia nos pusimos manos a la obra y, prácticamente, llevamos varios meses dándole vueltas a este texto. Inicialmente, no sabíamos por dónde empezar, cómo organizarlo y qué destacar. Cada día hemos corregido, añadido o sacado expresiones, párrafos o ideas. Pero, al final, hemos decidido hacer un recorrido por la geografía, la prehistoria, la etnografía, algunos aspectos históricos, vivencias personales y, como no, recuerdos de la Bajada de la Virgen del Pino. Por todo ello, le hemos dado un título que es: El Paso: tierra de cultura, leyendas, tradiciones y patrimonio

El Paso se extiende, ocupa, el centro geográfico de La Palma y, de hecho, es su corazón. Y, por si eso fuera poco, somos el municipio más extenso de la Isla. Estamos rodeados por las cumbres más elevadas e impresionantes de todo el orbe insular. Todo ello tendrá importantes consecuencias sobre el paisaje, el clima y hasta el carácter y la forma de enfrentarnos a la vida de los pasenses. Esta enormidad territorial es la responsable de que, por ejemplo, de las seis erupciones históricas que han tenido lugar en La Palma en los últimos 500 años, nada menos que el 50 % hayan tenido lugar en nuestra tierra, a saber, el Volcán Tacande-Montaña Quemada (1470), el de Jedey (1585) y el San Juan-Las Manchas (1949).

En los doce barrios, más La Plaza, albergamos todos los espacios naturales y las formaciones vegetales características de La Palma. Sin duda, en este aspecto destacan los pinares, dentro de los que sobresalen los de la Caldera de Taburiente, el único espacio insular que tiene la categoría de Parque Nacional, creado en 1954. A ello hemos de añadir; una preciosa representación de fayal-brezal y laurisilva en la cara occidental de La Hilera-Cumbre Nueva, cuya frondosidad se debe, esencialmente, a la presencia, casi constante, de la tan vilipendiada brisa que, sin embargo, provoca el asombro y la admiración de todos aquellos foráneos que atraviesan el territorio. Además, y por si no fuese suficiente, contamos con unos preciosos y desolados paisajes volcánicos, de malpeis y arenales, que se extienden, fundamentalmente, por la mitad sur. Eso sí, somos el único municipio que no tiene mar lo cual, a veces, nos recuerdan con sorna. Se olvidan de que las Playas de Taburiente, así lo dice la toponimia, es un lugar, ideal para el baño en medio de un paisaje sobrecogedor e incomparable, del que nadie más puede presumir.

El actual municipio de El Paso, durante la época aborigen, se extendía por el cantón de Aceró (Caldera de Taburiente), a cuyo frente estaba el indómito Tanausú, y las medianías y la cumbre de los bandos independientes de Aridane, Tihuya y Guehebey. En estas demarcaciones territoriales se desarrollaron algunos de los acontecimientos más importantes de la conquista de la Isla que marcarán su futuro devenir histórico.

El espíritu indomable de los aborígenes pasenses ha quedado claramente atestiguado en las fuentes etnohistóricas. Solo aquí lucharon por su libertad hasta el fin y hasta las últimas consecuencias. Los benahoaritas de Tihuya se enfrentaron y derrotaron a los señores feudales de La Gomera, quienes acostumbraban venir a Benahoare en busca de esclavos, ganado, queso y cueros agamuzados. En una de esas incursiones, protagonizada por Guillén Peraza, el capitán de Tihuya, Echedey, derrotó y dio muerte a este personaje. Los lamentos por su pérdida, Las endechas a la muerte de Guillén Peraza, se convirtieron en la primera obra literaria de todo el Archipiélago Canario.

Desde Gran Canaria, conquistada en 1486, se intentó hacer lo mismo con La Palma, merced a una incursión protagonizada por soldados castellanos y canarios. La operación cosechó un rotundo fracaso porque, una vez más, lo impidió la determinación, valentía y fiereza de los aborígenes que vivían en el corazón de Benahoare. Su incursión llegó hasta el bando de Gazmira, junto a las Cuevas de Herrera, a la entrada del Barranco del Riachuelo. Solo pudieron capturar algunos aborígenes, entre ellos una mujer, bautizada como Francisca de Gazmira, de la que hablaremos más adelante. Finalmente, no les quedó más remedio que volver a sus naves y regresar por donde habían venido.

Pero, para entonces, la suerte estaba echada, y todos sabían, Tanausú el primero, que, más tarde o más temprano, volverían a intentar someterlos. Eso sí, los conquistadores sabían que no sería fácil y que la clave de la rendición se encontraba en la parte central y occidental de Benahoare. Tal es así que, nuevamente, desembarcaron en las costas de Aridane. Estas gentes tenían un carácter duro, fuerte, indómito y, sobre todo, muy amante de su libertad y de su tierra. Lo que en principio pareció ser un paseo militar, con la única salvedad de unas escaramuzas en el cantón de Tigalate y en Timinibucar (Risco de la Concepción), se convirtió en una auténtica pesadilla para los invasores. La determinación y la entereza de los hombres, mujeres y niños que se refugiaron en la fortaleza natural de Aceró puso en jaque al mayor, y mejor pertrechado, ejercito de la época. Los intentos de conquista por las armas, a través de incursiones por el Barranco de Las Angustias y el Paso de Adamancasis y del Capitán (La Cumbrecita), acabaron en rotundos fracasos debido a una resistencia feroz y enconada. Finalmente, el único recurso que les quedó fue recurrir a una vil traición junto al pino sagrado de la Fuente del Pino (Barranco del Riachuelo). Estos acontecimientos, de sobra conocidos, a caballo entre la Prehistoria y la Época Histórica, permitieron el surgimiento de dos personajes benahoaritas de enorme valía y entereza, y de los que apenas si nos acordamos.

Tanausú, capitán de Aceró (Caldera de Taburiente), fue un personaje de una valía extraordinaria y a quien, desgraciadamente, sus propios compatriotas, han condenado al más oscuro de los ostracismos y el olvido más absoluto. Su valor, su determinación y su gesto final lo convierten, a nuestro juicio, en uno de los palmeros más ilustres, si no el más, que ha nacido en esta tierra. No en vano fue capaz de entregar su vida por defender a los suyos de la codicia y rapacidad de los conquistadores. Al fin y al cabo, qué otro palmero ha sido capaz de dejarse morir, de pena e inanición al ser trasladado fuera de su amada tierra y de sus seres queridos. Su captura fue una entrega plenamente consciente que, en última instancia, trataba de evitar más sufrimientos a su gente. Sabía, con toda certeza, que su lucha y resistencia, más tarde o temprano, sería inútil. Pero no estaba dispuesto a que volviesen a ocurrir sucesos tan terribles como los acaecidos en la cueva de Aysuraguán, donde muchas mujeres y niños/as murieron congelados. Pero su espíritu y su grito: “Vacaguaré”, que significa “quiérome morir” no ha desaparecido del todo. La leyenda sostiene, y creemos firmemente en ella, que su rostro aún puede verse en el perfil de la Punta de Los Roques y que su cuerpo, acostado, con las manos en el pecho, es la silueta que dibuja el Pico Benehauno. La leyenda también dice, así me lo decía mi abuela Felisa y algunos cabreros, que la brisa que azota a El Paso, especialmente cuando es más virulenta, es una maldición de Tanausú por habernos olvidado, precisamente, de su memoria. Hay quien, efectivamente, ve a esta brisa como una maldición, sobre todo para los foráneos, pero los pasenses sabemos que, la mayoría de las ocasiones, no es tan fiera y que, cuando no desencadena su furia desatada, lo cual acontece en muchas menos ocasiones de lo que muchos piensan, es una bendición para todo El Valle porque mantiene nuestro cielo limpio y soleado, mientras el resto de la Isla vegeta bajo un melancólico y gris “mar de nubes”.

El otro personaje es una mujer extraordinaria, de enorme valentía y defensora de su pueblo: Francisca de Gazmira. Para algunos fue una traidora, aunque esta aseveración, desde nuestro punto de vista, está totalmente injustificada, entre otras razones porque no se pueden interpretar comportamientos y actitudes juzgados con la mentalidad de nuestra época. Seguramente, sus actuaciones estuvieron motivadas, en última instancia, para proteger a su gente de la venganza y codicia de los castellanos. Luchó, denodadamente, para que los aborígenes no fuesen sacrificados o vendidos como una mercancía. Se enfrentó a las autoridades del momento y pleiteó para que se devolviese la libertad a aquellos aborígenes que, contraviniendo los acuerdos de conquista, fueron vendidos en los mercados de esclavos de Sevilla o Valencia.

Por todo ello, es lógico que en nuestro municipio se sitúen algunos de los conjuntos arqueológicos más espectaculares e interesantes de la antigua Benahoare: la estación de grabados rupestres del Lomo de Tamarahoya (la de mayor número de paneles (135), con diferencia, de toda la Isla); el monolito sagrado del Roque Idafe, en torno al cual se llevaban a cabo rituales para evitar que cayese; el monte sagrado del Pico Benehauno, con la mayor concentración de estaciones de grabados rupestres y los asentamientos permanentes situados a mayor altitud; la Cueva de Tajodeque, en un entorno privilegiado y grandioso en el que vivieron y practicaron rituales mágico-religiosos cuyo significado exacto se nos escapa; los inigualables petroglifos de La Fajana y El Verde que, 36 años después de su descubrimiento, siguen siendo únicos en lo que a la complejidad, entrelazamiento y especificidad de algunos motivos se refiere; el poblado de cabañas del Barranco de Las Ovejas, con unas 85 construcciones que han sido reutilizadas durante, prácticamente, 2000 años; los recintos pétreos de La Cancelita, La Fortaleza y Lomo de Los Conejos que, aún hoy, desconocemos si eran órganos de gobierno o destinados a cultos mágico-religiosos, etc.

Teniendo en cuenta la Naturaleza espectacular y salvaje de nuestro municipio, así como los episodios que tuvieron lugar hace algo más de 500 años, no debe extrañarnos que nos encontremos en la tierra de las leyendas. Entre las más sobresalientes destacan la de el Roque Idafe (el axis mundi, la columna, que sostenía la vida y cultura de los benahoaritas); Aysuraguán (cueva en la que murieron congelados las mujeres y niños de los luchadores por la libertad refugiados en Aceró, en una tragedia tan espeluznante que hasta su nombre ha sido olvidado por las mentes y la toponimia): Pared de Roberto (tragedia amorosa en La Cumbre en la que todos perdieron: los amantes y el diablo); Peña del Diablo (la astucia de una pasense burló los apetitos y deseos de Lúcifer); Llano de Las Brujas (aquelarres en los arenales de Tihuya); Alma de Tacande (el primer caso de poltergeist documentado en todo el país), el Pino de La Virgen (los gemidos de Nuestra Señora impidieron la tala del gigantesco árbol y el hallazgo de su Santa Imagen), etc.

Nuestra tierra es dura, áspera y agreste, aunque de una belleza sobrecogedora, que, al igual que el clima, han modelado el carácter y la forma de ser de nuestros paisanos. Desde el mismo momento de la conquista, comenzó la transformación del paisaje para conseguir que la tierra diese de comer a quienes la trabajaban y mimaban. Todo ello se consiguió gracias a un ímprobo esfuerzo de “rosar” el pinar y roturar el terreno, tanto en lomos y llanadas, como en los malpaíses y arenales que cubren la mitad sur del municipio. Antiguamente, la riqueza de los pasenses se medía por la cantidad de pedazos de tierra que poseías en distintos puntos de su orografía, aunque se tratase de morros improductivos llenos de vinagreras y tuneras, de tal forma que se pudiesen cultivar todos aquellos alimentos vitales para la supervivencia de las familias. Era una economía de autosubsistencia que permitía obtener diferentes tipos de cereales y legumbres para hacer gofio (trigo, cebada, chícharos, grabanzos, lentejas, chochos), frutales de secano adaptados al territorio (almendreros, membrilleros, higueras, perales, viñedos, etc), pequeñas huertas, junto a las casas, para las verduras y cercados que se dejaban como relva para el ganado vacuno.

El trabajo que supuso transformar este paisaje aún hoy nos parece increíble y tarea de titanes. Pero fue llevado a cabo con tesón, sudor y lágrimas por nuestros ancestros. Los muros de piedra seca que delimitan los cercados son auténticas obras de ingeniería que permitían recuperar la escasa y preciada tierra, así como que el agua se filtrase dónde podía ser de utilidad. Los pasenses somos “curiosos”, nos gustan las cosas bien hechas y, además, bonitas y meticulosos, con deseos de perdurabilidad en el tiempo. El ejemplo típico de este empeño lo encontramos en los paredones del Llano de Las Cuevas y Tacande, fundamentalmente. Se trata de una auténtica joya etnográfica, que es preciso conservar y también por qué no, mostrar a quienes nos visitan. Estos paredones son, en realidad, auténticos monumentos pétreos que han resistido el paso del tiempo, impertérritos y orgullosos de su prestancia. Fueron levantados por gente del pueblo, tanto hombres como mujeres, gracias a una sabiduría que se ha transmitido de generación en generación, El trabajo y el esfuerzo necesarios para levantar estar estructuras nos parecen inconcebibles, puesto que las únicas herramientas usadas, eso sí, muy poderosas, fueron sus callosas y curtidas manos., Muchos tienen más de 100 años y en su formación jugaron un papel importante mujeres venidas de otros lugares, como Todoque, para conseguir unas perritas con que alimentar a sus hijos, algunos de los cuales colgaban de su espalda, mientras doblaban su espinazo para recorger las piedra e ir dando forma al paredón. Para conseguir una espuerta de tierra férticl era preciso sacar cuatro o cinco de piedras. Dicen que la pobreza y la miseria agudizan el ingenio, y es verdad, porque a los paredones se les daban otros usos como secaderos de tuno e higos e, incluso, se dejaban huecos en el centro para sembrar higueras u otros frutales a los que no podía llegar el ganado suelto en tiempo de relvas. La fortaleza y prestancia de los paredones son rasgos de nuestro carácter, que nos han transmitido nuestros antepasados.

Hasta no hace mucho tiempo éramos magos. La verdad es que este tema nunca nos preocupó demasiado porque mis maestros (Dª Carmela, Don Pedro, D. Manolo, Don Miguel, D. Berto, etc) nos enseñaron a estudiar con un diccionario al lado. Y mago, aparte de su significado peyorativo, tiene otras connotaciones más agradables, como sabio, adivino, etc. Pero es que, además, algunos de estos mismos magos, en realidad muy listos y muy sabios, consiguieron, hace 181 años, una segregación en la que pasamos, en un abrir y cerrar de ojos, de la nada más absoluta, a convertirnos en el municipio más grande de la Isla, incluyendo, por si era poco, la “Joya de La Corona”, que no era otra que la Caldera de Taburiente. Y, aunque de su principal riqueza, el agua, apenas si hemos podido aprovecharnos, merced a unos derechos que vienen desde la época de la conquista, mantenemos el sueño de poder revertir esta situación. Y es que los pasenses somos duros, tenaces, perseverantes, audaces y muy orgullosos. En plena época franquista, 1961, se desarrolló una manifestación, en la que participó todo el pueblo, y en la que quedó meridianamente claras nuestras aspiraciones y reivindicaciones, sin importarnos el miedo y las represalias.

Nuestro territorio es de secano, donde las cosechas pueden ser rácanas o nulas en los años malos. Ello significaba el hambre y la miseria, aunque siempre encontramos recursos, como el gofio de raíces de helechera, que ya hacían los benahoaritas, y la ayuda de familiares y vecinos para capear el temporal. Pero nuestros campos, hoy prácticamente abandonados, se convertían en un auténtico vergel gracias a los cuidados y los mimos de los agricultores. El fruto de la tierra se obtenía merced a la dedicación abnegada y constante y la inestimable ayuda del ganado de la tierra, sin cuya fortaleza y mansedumbre, esos terrenos pedregosos jamás se hubiesen podido labrar. Hasta la década de los 80 del siglo pasado nuestros campos eran vergeles que en invierno y primavera coloreaban de verde Los Barros, Las Cuevas, Tacande, etc, produciendo ingentes cantidades de cereales, que se transformaban en gofio. Estos alimentos, junto con las almendras, los higos, la leche y el queso, así como la carne salada de los cochinos negros que se mataban a comienzos del invierno, permitieron la supervivencia de nuestra gente. De todo esto solo queda el olvido. Los campos están mustios, sin vida y el suelo endurecido hasta el punto que ni el agua se puede filtrar, Los pinares recuperan el terreno que le arrebataron las rosas de monte. Y nuestros queridos almendreros se han ido muriendo porque ya no se aran los campos, ni se podan sus ramas secas. A menos que pongamos remedio, de la “Ciudad de Los Almendros” solo quedará, en muy poco tiempo, poco más que un triste recuerdo.

El agua siempre fue un bien escaso en nuestro municipio. Olvidémonos de La Caldera, ¡por ahora!. Dependíamos de las lluvias, las fuentes y las aljibes. Pero la buscamos con ahínco hasta que la encontramos merced a las galerías del barranco del Riachuelo. Incluso, la trajimos desde lugares tan lejanos como Garafía. Gracias a ello, y la creación de los diferentes chorros públicos, conseguimos que buena parte de nuestro territorio (Paso de Abajo, Tajuya, Tendiña, Tenerra, Vistalegre, etc) se conviertiera en una de las mejores vegas tabaqueras de la Isla.

Pero los pasenses también hemos sido generosos. Con frecuencia nos olvidamos de que la gran riqueza de La Palma, en los últimos 100 años, las plataneras, no hubiesen sido posibles sin la existencia del agua de La Caldera (Argual, Tazacorte, Las Hoyas, El Remo, etc) y las ingentes cantidades de tierra fértil que se extrajeron del Llano de La Pina, precisamente a los pies del Pino de La Virgen en el que apareció Nuestra Señora. Esta tierra posibilitó que malpaíses improductivos y calcinados, incluyendo la Costa de Fuencaliente, se convirtiesen en feraces tierras de cultivo con la mayor producción platanera de todo el Archipiélago Canario.

El Paso es tierra de cultura, arte y tradiciones. Aquí han vivido y viven infinidad de artistas (poetas, narradores, pintores, escultores, cineastas, músicos, etc) que han paseado nuestro nombre fuera de la Isla. El espíritu creativo de los pasenses queda fielmente reflejado y representado en las impresionantes obras de arte efímeras que cada año engalanan las principales calles del municipio durante la celebración de la festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Los Carros Alegóricos y algunas de las carrozas que participan en la Romería de la Bajada de la Virgen del Pino son otras manifestaciones que hablan de la creatividad y el sentido estético de muchas personas, anónimas y sin afán de protagonismo, que realizan una callada labor cultural en la que todos los pasenses nos reconocemos y nos sentimos muy orgullosos. El Paso es el único lugar de toda Europa donde aún se mantiene viva una tradición milenaria, como es el trabajo de la seda, una tradición que debe mantenerse a toda costa, cueste lo que cueste.
Somos hijos de agricultores y ganaderos, generación tras generación, y de ambas actividades, tanto mi familia como mis antepasados, hemos conseguido sobrevivir y prosperar. Sus ingresos nos permitieron, a inicios de la década de los 80 estudiar y formarnos en la Universidad hasta convertirnos en lo que somos hoy. Llega el verano y el trabajo se acumula. Había que segar y echar la hierba al sol. Trabajábamos como animales, de sol a sol. Al atardecer, cuando regresábamos a las casas, no era para disfrutar del merecido descanso, pues había que darle de comer al ganado. Nos dolía tanto la cintura que no sabíamos si dormir acostados en la cama o sentados en una silla. Y así, día tras día, durante semanas. Pero cada día que pasaba la ilusión prendía en nuestros corazones, especialmente en los más jóvenes, puesto que era año de Bajada de Nuestra Señora del Pino. Y eso, para un pasense era lo máximo. Los festejos de La Bajada coincidían con la época del tabaco que, en contra de lo que muchos piensan, era un trabajo agotador y constante, que se podía malograr en una sola noche de viento levante. Una de las imágenes imborrables, y descorazonadoras, que jamás olvidaremos, era ver a papá sentado en la cocina, sin dormir ni abrir la boca, mientras fuera rugía el viento caliente. A veces, en medio de la oscuridad, rociábamos las hojas con agua para que el viento no las rompiese aunque, la mayor parte de las ocasiones, este esfuerzos desesperado era totalmente inútil, perdiéndose buena parte del dinero con que se contaba para tapar agujeros y sobrevivir un año más.

Los tiempos pasan y la sociedad evoluciona. Los principales actos de La Bajada, aunque prácticamente siguen siendo los mismos, muy poco tienen que ver, con los que disfrutábamos hace unos 30 años. Desde aquí abogamos por la recuperación de las tradiciones que, poco a poco se han ido desvirtuando. Así, por ejemplo, es preciso instaurar medidas para que la Romería de la Bajada de la Virgen del Pino continúe siendo, aún lo es, la más importante de la isla, tal y como reconocen la inmensa mayoría de los palmeros, y no se convierta en un botellón y un desfile de carritos de la compra.

Pero este año es año de Bajada y eso lo condiciona todo. Hay una serie de actos que se repiten, año tras año, y le dan prestancia a las fiestas. Cada uno de nosotros tiene sus gustos y preferencias, pero en la retina, y en la memoria, siempre hay un hueco para la verbena típica, la Romería, el Trofeo del Pino, la feria ganadera y el remate final en el monte. Nunca hemos sido verbeneros y las aglomeraciones nos asustan, ya desde chiquitos, pero aún conservamos recuerdos imborrables de todos estos actos, así como del Carro Alegórico, del que solo disfrutamos una vez, y fue realmente espectacular. Sería deseable volver a recuperarlo.

De la verbena típica recordamos un gentío inmenso que ocupaba todo el espacio disponible en la Plaza de la Iglesia Nueva. La gran mayoría de la gente iba vestida con sus trajes típicos, especialmente los hombres, puesto que la entrada para ellos era gratis. Y en esa época, si algo escaseaba era el dinero contante y sonante. En cuanto a la Romería de la Virgen del Pino era, y es, sin discusión, la romería por antonomasia de La Isla. Y esto no es chauvinismo, así lo reconocen la gran cantidad de gentes, venidas de todos los rincones, para participar, ver y disfrutar de un precioso recorrido. Lo que la hace tan especial son sus carrozas, trabajadas con mimo y cuidado, hasta los más mínimos detalles, en un trabajo que lleva semanas, cuando no meses, y en cuyo montaje participan amigos, vecinos o calles enteras. El engalanamiento de las carrozas es la ocasión perfecta para que, una vez más, la vena artística de los pasenses se mostrase en todo su esplendor. A ello hemos de añadir el primor y el detallismo con que se decoran los balcones y las fachadas de la inmensa mayoría de las casas por las que pasa Nuestras Señora la Virgen del Pino, en un acto que refleja mucho respeto y devoción.

En nuestro caso habían dos actos trascendentales como eran la Feria Ganadera, en la que los pasenses presumían, y mostraban al resto de la isla, la belleza y el estado de su ganado, en el que jugaba un papel estelar las vacas de la tierra, gracias a las cuales nuestro terreno accidentado y pedregoso podía trabajarse. Tampoco nos perdíamos el Trofeo de Nuestra señora del Pino. Entre los 9 y los 19 años fuimos jugador del Idafe, Unión Centro y Atlético Paso. En esa época, hasta 1980, la pertenencia y pasión por unos colores, el verdinegro, eran innegociables. Nos daban una par de botas, al inicio de la temporada, que debían durar todo el año gracias a la pericia de zapateros como D. Vicente “El Rubio” del Paso de Abajo. El torneo de fútbol de las Fiestas del Pino de El Paso sigue siendo, hoy día, el más antiguo, y de mayor tradición y solera, del Archipiélago Canario.

Pero, sin duda, el día más especial era el día final de la Fiesta del Pino. Hace treinta años, ese día, prácticamente todos los pasenses acudíamos al monte de los alrededores de la Ermita de Nuestra Señora del Pino, junto al gigantesco pino, ya sagrado para los benahoaritas, en que apareció la sagrada imagen durante la época de la conquista, hace más de 500 años. Los preparativos comenzaban desde el día anterior haciendo la comida que consistía, básicamente, arroz amarillo y carne de conejo, acompañados de gofio amasado y papas arrugadas. No podían faltar los dulces (pan de leche, almendrados y queso de almendra). Todo ello regado con el vino de El Verde y, como remate final, una copita de mistela. El alma mater de todo este trajín era mi abuela Felisa. También había otras dos personas, muy importantes en nuestra vida, que disfrutaban de este día con pasión, y que, desgraciadamente, ya no están entre nosotros, como son mi padre (Venicio “El Taxista”) y tío Arbues.

El gran día de la fiesta en el monte era un auténtico ritual. Desde madrugada estaba todo el mundo en pie preparando las cestas de mimbre con la comida y los corotos necesarios. Era vital llegar temprano al monte para escoger un buen sitio para almorzar, bajo un pino y lo más cerca posible de la fiesta. El espacio seleccionado era generoso puesto que, después de la comida había que disfrutar de una reparadora siesta. Si llegabas tarde solo te quedaban los castañeros y estaban todo el día sacando “orisos” de debajo del mantel. Inmediatamente después de tomar posesión de la parcela, salíamos corriendo hacia la Plaza de la Ermita donde se concentraban las tómbolas y los quioscos. Pero el espectáculo principal, para el que procurábamos escoger el mejor sitio, junto a la orilla de la plaza, era ver cómo iba llegando la gente y, sobre todo, las dificultades de muchos vehículos a la hora de subir por un Reventón empedrado, que se convertía en auténtica pista de patinaje, si el tiempo estaba de brisa. Por cierto, no recordamos un solo día en la fiesta del monte que fuese normal. O había un brisote que nos tullía de frío o un viento levante que convertía en infierno toda la zona. Las personas mayores nos decían, por lo bajito, que este tiempo desapacible, que se repetía año tras año, era una maldición de la Virgen del Pino porque su día no se celebraba en la fecha que le correspondía, sino en el primer domingo de septiembre.

Tras la procesión de Nuestra Señora por el monte era la hora del almuerzo, todos reunidos y en familia. El trasiego de vecinos y conocidos era constante, de tal forma que apenas había tiempo para la siesta porque a media tarde se iniciaba otra “romería” hacia las paredes del Reventón para buscar un buen sitio y disfrutar de la Carrera de Caballos del Pino, quera la más importante de todo el año en La Palma, tanto por la calidad de las bestias participantes, como por la cantidad de dinero que se apostaba. Las cifras, para la época, eran enormes y los billetes colgaban debajo de las botellas en los bares de Juan Díaz, Central o Ramón, esperando a que alguien los “casase”. La salida, junto a la ermita de Nuestra Señora de Bonanza, se anunciaba con “voladores”. La expectación iba in crescendo conforme se acercaba la hora de llegada. Pero la verdadera señal la marcaba la gente que se colocaba encima de la Montaña Colorada, cuyos movimientos nos decían que ya venían por el Chorro de Las canales o por el Cruce de Los Eucaliptos. Pero, en verdad, prácticamente no había emoción por que los caballos, nunca mejor dicho, al empezar a subir El Reventón, comenzaban a desfallecer y algunos llegaban andando.

Nada más finalizar la carrera de caballos, sabíamos que las fiestas se habían terminado y enfilábamos hacia los coches y regresar a casa. Todos íbamos llenos de polvo o ateridos de frío, pero en nuestras caras se dibujaba una sonrisa. Los más jóvenes ya estábamos anhelando que pasasen otros tres años para disfrutar de otra Bajada, pero los mayores sabían que las fiestas eran una pausa en su dura vida cotidiana puesto que, en apenas unos días, había que comenzar a varear y recoger las almendras, con la esperanza de que la cosecha fuese abundante y conseguir un dinerito necesario para la supervivencia de las familias.

Les puedo decir que este encargo ha sido una de las mayores satisfacciones, y también responsabilidades, que hemos recibido en nuestra vida. Este honor, sin duda inmerecido, nos ha hecho reflexionar sobre nuestra vida, desde la niñez hasta la actualidad, y les confiamos que, cada vez más, ha hecho sentir muy orgullosos de ser un mago de El Paso. Confiamos en haber estado a la altura de las expectativas y solo nos resta decirles:

PASENSES,
A disfrutar de nuestras fiestas de la Bajada de la Virgen del Pino 2018.

Felipe Jorge Pais Pais
(Julio 2018)

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